De todas las referencias que True Detective plantó, la que más incendió a los fans y despertó la mirada atentísima de los devotos del horror cósmico y la weird fiction fue la temprana referencia al rey de Amarillo como la entidad detrás de los crímenes. Primero, en boca de amigos de una de las víctimas, después en la de uno de los sospechosos, Reggie Ledoux, que antes de recibir el tiro del final habla de “Carcosa” y “estrellas negras”: la morada del Rey. A partir de ahí quedó claro que el culto asesino practicaba alguna forma de religión antigua –la puesta en escena de las víctimas en los bosques, coronadas por cuernos de animales, los signos espiralados tatuados en los cuerpos– cuya mitología incluía a un Rey y a una ciudad perdida, la terrible Carcosa, junto al lago de Hali.

Lo que puso en alerta a los fans fue que El rey de Amarillo existe, no es una creación de Nic Pizzolatto. Y aún más, es la punta del iceberg y a la vez el costado oscuro de una de las ramas más obsesivas de la ficción fantástica, la que se continúa y expande con H. P. Lovecraft y los Mitos de Cthulhu. Es decir: estaba tocando el corazón de una tradición literaria que, para muchos seguidores, roza lo religioso.

Pero vamos por partes. El rey de Amarillo es un mito de la literatura norteamericana que se origina, en realidad, en un cuento de Ambrose Bierce de 1886, “Un habitante de Carcosa”. Básicamente, la historia –inquietante, rarísima, especie de fragmento de un diario abandonado en la oscuridad del universo– es sobre un hombre que, entre la vida y la muerte, medita sobre la corrupción del cuerpo y el alma para despertar en un paisaje desolado donde encuentra un viejo cementerio, su propia tumba y, en el horizonte “las ruinas de la antigua y célebre ciudad de Carcosa”. El hombre está perdido en el tiempo y en la muerte: la nota al pie del cuento precisa “tales son los hechos que le comunicó el espíritu Hoseib Alar Robardin al médium Bayrolles”.

Fascinado por este misterioso relato que inaugura una tradición de citas y libros y autores apócrifos e inventados –una tradición que abrazaría con entusiasmo Borges–, el escritor y artista plástico nacido en Brooklyn Robert W. Chambers, publicó en 1895 el libro de cuentos El rey de Amarillo, puntapié de la mitología. ¿Qué es el rey, entonces? Tres cosas, en principio: el título de este libro de cuentos; un monarca-entidad malevolente vestido de harapos, hijo de Hastur, que dice cosas como “es terrible caer en las garras del dios vivo” y, sobre todo, una obra de teatro que circula en forma de libro, nunca representada, de la que Chambers presenta fragmentos en sus relatos a la manera del Necronomicón. Sólo que Lovecraft cita numerosas veces el libro del árabe loco Abdul Alhazred, y de la pieza El rey de Amarillo Chambers sólo presenta fragmentos escasísimos. Uno de ellos, sin embargo, el Acto 1º, escena 2ª, que antecede al cuento “El signo amarillo”, es citado casi entero por True Detective:

A lo largo de la orilla rompen olas turbulentas,

los soles gemelos se hunden tras el lago,

las sombras se alargan

                                               en Carcosa

 Extraña es la noche donde brotan las negras estrellas,

y extrañas lunas orbitan a través de los cielos,

pero aún más extraña es

                                   la perdida Carcosa

 Las canciones que las Híades han de entonar,

donde flamean los andrajos del Rey,

deben morir sin haberse escuchado

                                               en la sombría Carcosa

 Canción de mi alma, mi voz está muerta,

muere tú, sin ser cantada, como lágrimas derramadas

se secará y perecerá en

                                               la perdida Carcosa

 La canción de Cassilda en El Rey de Amarillo

                                               Acto 1, Escena 2

Más tarde se habla de otras entidades de la obra de teatro que aparecen en True Detective, como la “máscara pálida”.

El libro de Chambers, sin embargo, es muy diferente a True Detective. Nada tiene que ver con el policial, el sur, la amistad entre varones, los crímenes rituales. El rey de Amarillo, la obra de teatro ficticia, es un libro que vuelve loco al lector prácticamente ni bien lo abre; se dice que, a pesar de haber sido incautado por ponzoñoso, “se difundió como una enfermedad infecciosa de ciudad en ciudad, de continente en continente, prohibido aquí, confiscado allá, denunciado por la prensa y el púlpito, censurado aun por los más avanzados anarquistas literarios”.

El horror del contenido, eso que lleva a la locura, no se desarrolla en ninguno de los apenas seis cuentos que referencian a la obra en el libro: El signo amarillo – usa como escenario Nueva York y nos relata la historia de un pintor apellidado Scott, quien mientras trabajaba en un lienzo tras ver a un hombre en el cementerio desde su ventana, empieza a pintar a su modelo con un tono de piel enfermiza, y aunque trata de arreglarlo, solo consigue empeorarlo. Tessie, su modelo, se asoma también a ver al hombre del cementerio y tras hacerlo le cuenta que ella ha estado soñando con ese hombre y así empiezan las desgracias, que no serán pocas.

El reparador de reputaciones – ambientado en un utópico Nueva York en 1920, donde todo está en calma, la ciudad limpia y poblada por bellos edificios y que cuenta además con una Cámara Letal en un parque, un lugar al que podía acudir cualquier persona que desease suicidarse. Viviendo en este Nueva York, nos encontraremos con Castaigne, un hombre que había sido, según su criterio, diagnosticado erróneamente como un enfermo mental tras sufrir una caída de un caballo y fue obligado a pasar una temporada en un psiquiátrico donde lee por primera vez El Rey de Amarillo. Y no sólo la aparición del libro conecta esta historia con el primer relato; adornando la cámara letal encontraremos una de las esculturas de Boris, uno de los protagonistas de La máscara.

 En la corte del dragón, –  es la historia más corta del libro pero no por ello menos intensa, ambientada en París, nos encontraremos con  un hombre que se refugia en la iglesia buscando consuelo tras haber leído El Rey de Amarillo, sólo para encontrarse con que no hay refugio posible, una vez que conoces Carcosa, no hay vuelta atrás.

La máscara – se inicia con la metamorfosis de un lirio en un objeto de mármol, pues luego de sumergirlo en un extraño liquido, se trasformaba cualquier ser vivo en la más perfecta de las esculturas. Este descubrimiento lo realizó Boris, un escultor americano que vive en París y que es el mejor amigo de nuestro protagonista Alec, un pintor. Los amigos tienen más que el arte en común, ambos están enamorados de la misma mujer Geneviève, la esposa de Boris y su musa. Nuestros artistas llevan una vida tranquila hasta que Geneviève enferma sin motivo aparente y Alec, por casualidad, se topa en la biblioteca con El Rey de Amarillo.

El ritmo es magnífico y aunque el final es algo brusco es una historia maravillosa, de mis favoritas del libro. “La máscara del autoengaño ya no era una máscara sino una parte mía. La noche me la quitaba”-

La Demoiselle d’Ys. Los cuentos, en general protagonizados por artistas – salvo El reparador de reputaciones, peculiarísimo relato de ciencia ficción, una distopía norteamericana– transcurren en Nueva York o París. Son los años del decadentismo y Chambers había estudiado arte en Francia y seguramente tomó su idea del Rey Amarillo de los decadentes británicos que en 1894 editaron la revista cuatrimestral Yellow Book, ilustrada por Aubrey Beardsley (proyecto que se derrumbó con el arresto de Oscar Wilde). Seguramente también supo del extrañísimo conde Eric Stenbock y sus poemas y cuentos sobre la muerte –que también sería recuperado por la weird fiction vía Lovecraft, que lo admiraba–.

Hay que recordar que ésta es la era en que Baudelaire había traducido a Poe en Francia; Las flores del mal, “La máscara de la muerte roja”, todo resuena en los relatos de El rey de Amarillo, una obra que encarna –y excede– el espíritu de su época. Otra influencia puede ser el cuento “El rey de la máscara de oro” (1893), de Marcel Schwob, sobre un monarca que reina sobre una corte que usa máscaras. Los cuentos de El rey de amarillo están llenos de escultores, modelos, pintores, mujeres fantasma, art nouveau, bohemia, urbanidad –un universo casi opuesto a los pantanos, la miseria, la ignorancia, el desamparo, la niñez abusada y los procedimientos policiales de True Detective–.

Pero comparten la sensación la religión antigua, el universo abismal, la locura, el desdoblamiento de alma y cuerpo, los viajes en el tiempo, los cuerpos mutilados, los cuerpos podridos. En el mejor cuento, “El signo amarillo”, hay un guardián de iglesia que es claramente un muerto vivo, un cadáver que camina, material de pesadillas. Como el reparador de reputaciones, con sus orejas prostéticas y su enorme crueldad.

En True Detective no se menciona a El Rey de Amarillo como un libro. Hart y Cohle viven en un mundo donde ese libro no existe, no hay referencias meta, nunca lo buscan, nunca mencionan a Chambers ni piensan que las creencias del culto pueden originarse en una ficción. Viven en un mundo donde el Rey de Amarillo existe, es nuevo para ellos, es un dios pagano. Nic Pizzolato se apropia de la mitología y la reescribe sin recurrir a mecanismos metaficcionales librescos. Cuando el rey “aparece” es una efigie, casi un San la Muerte, un icono religioso de capa dorada y calaveras.

Y a la manera de El rey de Amarillo, True Detective mantiene al contenido de las creencias del culto en una narrativa insoportablemente vaga, palabras hermosas que dan miedo pero poco explican. Por qué esta religión pagana enloquece hasta llevar al crimen, cuál es el sistema de creencias de este horror cósmico y hasta dónde llega, si proviene de viejas tradiciones de los bosques heredadas de la Galia y los druidas (después de todo, estamos en territorio cajún, de inmigrantes franceses, en Louisiana, en Nueva Orleans, en el sincretismo, y el vudú): de todo eso, nada. Salvo para muchos de los muy atentos fans de weird fiction y Lovecraft y su descendencia, que ven pistas que el ojo menos entrenado se pierde. Pensarlo desde el ángulo literario, sin embargo, ofrece un sentido más aprehensible: en El rey de amarillo nunca se cuenta la trama de la obra de teatro y qué de ese texto lleva a la creencia y la locura.

Es la más enloquecedora invención de un libro que no existe: se comentan sus efectos, nunca se revela su contenido.

Algo parecido pasa con el culto al Rey de Amarillo de True Detective y su templo, Carcosa, lo que aumenta la angustia general de la serie, la insatisfacción, el ansia. Si esto es un recurso deseado o sencillamente un agujero de la trama es materia de debate en todos los foros públicos online, que tienen hasta mil comentarios (cada uno: miles de foros con mil comentarios cada uno, una comunión global cuyo centro es Carcosa, impensable hace tres meses. Impensable en general).

Chambers, en 1895, jamás hubiera creído que su libro excéntrico y hermoso causaría este revuelo, esta pasión, esta especie de magia. Antes de su muerte, a los 68 años, escribió casi setenta libros, todos olvidados, y salvo por alguna referencia lateral (en el cuento “El hacedor de lunas”, por ejemplo, de 1896), nunca volvió a El rey de Amarillo: se dedicó a novelas románticas, históricas, textos deportivos, poesía, teatro.

El gran pasaporte de Chambers hacia la ficción fantástica y el horror cósmico se produjo en 1931, cuando H. P. Lovecraft publicó el largo relato “El que susurra en la oscuridad” en Weird Tales: en el cuento, aparecen seres en las aguas “después de una inundación”, una especie de “grandes cangrejos”.

Esto sucede en Vermont: pero el paisaje de True Detective es pura tierra ganada a las inundaciones y los huracanes; los cangrejos son fauna de la zona y en la serie Hart y Cohle interrogan a cazadores de los crustáceos en varias oportunidades –los animales están ahí, en el fondo, rojos y crujientes, un enorme guiño–.

El narrador de “El que susurra en la oscuridad” recibe una carta que menciona, entre otros nombres relacionados “con lo más espantoso que cabe imaginar”, el Lago de Hali (el lago de Carcosa) y el Signo Amarillo. Ese fue el pasaporte de Chambers y su Rey al horror lovecraftiano: cuando el hombre de Providence lo sumó a su propia mitología.

(Nota aparte. En el mismo cuento, para los fans: una grabación de los “susurros” del título registrada en los bosques habla de una “vorágine en el espacio” y el tributo al dios antiguo Azathot, que allí reside. ¿Es lo que ve Rust en el polémico último capítulo, tras su descenso a Carcosa? Habrá que seguir enloqueciendo.)

La mitología del rey de Amarillo fue retomada varias veces más: en cuentos clásicos del horror de los ’80 como “The River of Night’s Dreaming”, de Karl Edward Wagner o “More Light”, de James Blish (el que está más cerca de una “escritura” de la obra maldita); también, recientemente, en Una temporada en Carcosa (A season in Carcosa, 2012), antología recopilada por el especialista Joseph S. Pulver, una colección de cuentos de autores contemporáneos inspirada en la mitología amarilla, que la re-significan en todas direcciones. True Detective podría ser un relato más de esta antología, por ejemplo, otra continuación, otra pincelada para este gran mito literario norteamericano.

1 comentario

  1. Un detalle interesante de la primera temporada de True Detective, es cómo utilizan la deficiencia por drogas de Rust para justificar la visión de horror cósmico que tiene en el capítulo final. Este detalle lo emparenta con el Ciclo de Los Sueños, la etapa literaria de Lovecraft donde sus protagonistas realizan viajes mentales, en ocasiones inducidos por sustancias, a esos mundos extraños y, por momentos, terroríficos.

    Miy buena reseña. Y si, los cultores de este género lo adoramos de manera religiosa. Casi una profecía autocumplida.

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