El otro día escribí que mis palabras brotan como lo hace la sangre de las heridas recién hechas. Ayer corrió la sangre. Es curioso.

Me he hecho un corte un poco profundo con un cristal de botella que sobresalía de la bolsa de basura que chocó con la pared y luego contra mi pierna. Al darme cuenta del impacto lo primero que hice fue parar. Tirar las bolsas, llevar las manos al tajo. Quedarme en silencio en el tercer piso, a oscuras, quieta, sangrando.

Esperaba sentir algún dolor, pero no sentí absolutamente nada. Subí tres pisos intentando contener la sangre contra el pantalón. Subí tres pisos repitiendo vale, vale, vale-vale. Creo que estaba respondiendo a una llamada a la calma inconsciente. Creo que hay una parte de mí, una a la que aún no conozco, que me decía: tranquila, vuelve a casa, solo es sangre. A lo que yo respondía: vale, vale, vale, vale.

En casa me puse a llorar. Todas nos asustamos. No lloraba del dolor que no sentía, ni del susto, ni del asco de verse rota. No lloraba del asco que produce ver lo que va por dentro. Lloraba porque no quería que S me tuviese que acompañar al hospital. Lloraba y decía quiero ir sola al hospital.

Me curaron. Me metí en la cama y me puse una película de Medem. Los amantes del círculo polar. Quería ignorar. A veces quiero ignorarlo todo. A las dos horas nos dimos cuenta de que necesitaba puntos. Ya nos habíamos dado cuenta de que necesitaba puntos, pero no podíamos seguir ignorándolo. Había que ir al hospital.

No he aprendido absolutamente nada desde ayer, pero he llorado. Hacía tres meses que no lloraba. He llorado porque no comprendo lo que estoy haciendo. A veces, tengo la sensación de que me estoy obligando a continuar. Y no está mal. Me pregunto si ya se ha sucedido mi catástrofe. Si ya ha sucedido el acontecimiento que ha irrumpido en mi vida y ha cambiado mi posición intersubjetiva con la que estar en el mundo o no. Si hubo un momento donde ha destrozado el planteamiento. Me pregunto si después puede haber amor. Me pregunto si me estoy obligando a amar las cosas vivas.

Lo primero que he leído al despertar es que del amor no se espera absolutamente nada. Amar no es esperar de vuelta. Tengo apuntado al lado del texto que «si amar no es esperar entonces amar es entregarse». Amar es arrojarse a un lugar desconocido. No importa si lo que encuentras al llegar es bondadoso o terrible. Ese es el coste del amor. No sabes lo que pasa después. Amar es que tampoco pueda importarte.

Tengo un recuerdo clavado en la cabeza. Te veo en la pantalla, me preguntas ¿Crees que podremos querernos?. Te digo: Lo espero. Ahora creo que me equivoqué. No quiero esperar garantías de esto que hacemos tú y yo, que a veces es mas parecido a estar en un campo de batalla. Tú y yo somos soldados por mi culpa. Nos imagino luchando, cuerpo a cuerpo. Con lanzas, escudos y martillos. Somos soldados pero antiguos. Tu quieres conocerme. Mi cuerpo opone resistencia. Tengo miedo. No espero nada y creo que eso es lanzarse al amor. No sé. A lo mejor estoy equivocada y esto tiene más que ver con mi tendencia suicida que con amar. A veces, siento que la vida se ha parado para mí. A veces, siento que me obligo a continuar. A veces, siento que ya se ha sucedido El acontecimiento de mi vida, que fue catastrófico.

A veces, siento que siempre seré una persona que nunca llega a ser. A veces, siento que mi amor es un acto en potencia interrumpido. No espero nada del amor, me entrego a amar la vida. ¿Crees que es suficiente?

Hoy no se escuchan los pájaros. No hace sol. No hay nada bello, obscenamente bello y sencillo que contemplar. Hoy no puedo leer a Bobin hablando de las rosas que ha comprado para ver como se mueren sobre la mesa del comedor.

Cuando todo esto se acabe quiero irme unos días a Granada a ver cómo se quieren mis amigos porque me hace profunda e inmediatamente feliz. A veces, la belleza y la verdad van juntas.

Cuando todo esto se acabe, quiero que S me lleve a la fábrica de platos a romper platos. Quiero reventar platos contra el suelo y sepultar toda la rabia de niña que florece en este encierro. Quiero que S me lleve a la playa negra del carbón a beber cerveza con limón.

Tengo un aprecio especial por S porque la primera vez que la vi de cerca me contó que su madre había muerto. No sé muy bien cómo ha sucedido, pero ahora estoy atada a su corazón. Incluso si dejamos de ser amigos estaré de por vida atada a su corazón. A veces, las cosas pasan así. Yo no puedo decir en alto que siempre echaré de menos a la hija que no he tenido y S dijo en alto que su madre había muerto, dijo que a veces se hacen cosas terroríficas, dijo que la fotografió. A veces, las cosas pasan así. Le entregas a alguien tu horror y lo atas a tu corazón. Es una forma de amor rara, no se olvida.

Lo primero que he leído al despertarme es que hay que amar sin esperar nada. Al lado del texto he escrito que amar, entonces, es entregarse. Cuando todo esto se acabe me gustaría que hubieses decidido quedarte como quien se entrega al vacío porque el amor no tiene nada que ver con garantías. Amar es entregarse al vacío.

Te peleo porque temo, pero te peleo. Es mi forma de intentarlo. Como las vacaciones de Hegel de Magritte.

Hoy estoy muy triste

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