Cuando te ríes del marginado en la escuela, en el instituto, en la universidad o en el trabajo, lo haces con tus amigos. Es algo común. Las bromas eran más graciosas porque el marginado era EL MARGINADO común a vosotros, y eso une, os comprendéis. Porque claro, una broma no es una broma si no se comprende. Y una broma sobre el marginado no hace gracia si no le consideráis un marginado, un apestado social, una persona realmente merecedora de vuestra mierda. Esas bromas afianzan vuestra perspectiva de superioridad y el rechazo hacia ésta.

Os pasa que si conocéis a esta persona, a este marginado, y os preocupáis por sus problemas, ¿ya no tienen tanta gracia estas burlas? Quiero decir, te ríes pero te entra curiosidad, te acercas y te das cuenta de que, además de pasarlo de puta pena, no se lo merece. QUE OYE, LO MISMO NO SE LO MERECÍA DESDE UN PRINCIPIO, qué locurón.

Claro, el marginado tiene razones más que suficientes para cabrearse por recibir este trato pero, cada vez que intenta razonar con vosotros y defenderse, os reís en su cara. Puede que incluso esta persona te haya ofendido porque, qué cojones, ¿no? ¿Y este gilipollas qué viene a decirte a ti de mimimí? Que no es para tanto, tío, estás loco. Y luego lo comentáis entre amigos y os lo creéis de verdad, pero de verdad, aunque sabéis que le puteáis a tope. Y como dentro del grupo, él es el apestado y eso hace gracia, extendéis esa idea fuera del grupete y ya la gente se lo cree más o menos.

Si esta persona no busca ayuda, osease familia, amigos y autoridades, le destrozáis la vida y no levanta cabeza. E incluso eso os molestaría. “Hostia, qué puto chalado jajaja”. Y eso os da una razón más para putearle y con la que joderle la existencia, como si realmente necesitaseis una excusa, un pretexto. Bravo. Y ni siquiera es seguro que encuentre dicha ayuda, ni mucho menos a tiempo. Bien puede ser que esa persona termine destrozada a tantos niveles que jamás sea capaz de reconstruirse. Pero, eh, chaval, que sólo era una broma.

Y qué dirán los cuatro hijos de puta, qué dirán cuando te vean en el suelo, retorciéndote de dolor, porque ya no puedes más, porque ya no pueden joderte la vida más, qué dirán cuando te escuchen gritar NO NO NO NO. Dirán: pero qué te pasa, por qué estás así, la vida es bella, joder, a ver, qué te pasa, qué cojones quieres ahora.

Después, si esta persona “supera” toda esta mierda,- Y con “superar” me refiero a alejarse de mandriles así, juntarse con personas más dignas que un saco de mierda, rehacer su vida si no se la habéis destrozado suficiente y crear una autoestima desde cero, una coraza y una desconfianza propia del instinto de supervivencia, si no le ha dado por jugar con la idea del suicidio – resulta que se termina convirtiendo en alguien visceralmente desconfiado en algunos casos y mordaz en otros. Y ahí es cuando decís que qué narices habéis hecho vosotros, que no merecéis que se os trate así, que el daño provocado por unos, no han de sufrirlo otros, que el tener más veneno que un saco de víboras no va a solucionar nada, que sois buenas personas, que sonreís de corazón, que mandáis postales por navidad y os acordáis de los cumpleaños, que sois BUENOS. Que sois personas morales, bien definidas éticamente. JODER, INCLUSO RECICLÁIS.

Pues sí. Tendrán razón y, a la vez, no la tendrán. Jamás la tendrán. En realidad, no tienes ningún derecho a comportarte como un tirano. Ellos tampoco lo tenían y lo seguirán haciendo desde su lado del muro. Tú siempre has estado en el costado herido del muro y es te da otra perspectiva. Te da cierto instinto. Te hace descubrir que las personas no son respetables. Esas cosas se aprenden llorando.

Si en tres años, o en quince, has acumulado rechazo suficiente como para levantar una montaña de mierda, desconfías ya por fuerza de la idea, te separas, te decepciona. Porque a veces, basta con una última humillación, una sola ofensa, un cruce con una persona equivocada, para cambiar por siempre tu idea de humanidad.

Y todavía, serán capaces de decirte: hay excepciones, existe la grandeza humana. Mister Happy-Hippie, eres imbécil, así que métete tus buenas intenciones, tu falso amor por el prójimo, tu buen rollito de pequeño-intelectual-burgués-europeo-responsable por el mismísimo ojete. Jamás habrás llorado suficiente.

Por si fuera poco, también pueden venirte estos lumbreras que te dicen que haber pasado este tormento te hace más fuerte. Ya os digo yo que eso no es fuerza, que no puede confundirse con estoicismo o simple resistencia. Que te jodan la vida no fortalece el carácter, mamarrachos. ¿Sabéis a lo que sí da lugar? Al desconcierto total de por qué te están haciendo esto. La convicción de que es porque te lo mereces, porque eres frío, o pesado, o tonto, o aburrido, o un poco raro, o simplemente tuviste la mala suerte de dar con la gente equivocada. Te lleva a pensar que debes cambiar tu forma de ser y, cuando eso no funciona, lo que te da a entender es que hay algo en tu persona que te hace intrínsecamente repulsivo. Y ante la imposibilidad de ser amado, te resignas. También te hace algo que al principio no entiendes, pero no tardas mucho en saber qué es un ataque de ansiedad, cada vez que les ves el jeto, o escuchas sus voces, o cuando te parece haberles visto al final de la calle. Incluso basta con que sea un grupo de desconocidos haciendo su vida normal aquellos con los que te cruces y te dé un ataque de pánico.

Después de tanto tiempo deseando desesperadamente que alguien te hable, cuando alguien lo hace… ¡Sorpresa! ¡Ha vuelto la ansiedad! Porque no te acuerdas ni de cómo se hablaba con la gente, te pones de los nervios, pierdes la naturalidad, y acabas rehuyendo de cualquier contacto que te saque de tu burbuja, que es solitaria y deprimente, pero al menos ya te has acostumbrado a ella, y es mejor que seguir cagándola. Y te autoconvences de tu propia condescendencia, tienes la apariencia de sentirte superior cuando, en realidad, desprecias porque te sientes despreciado. Y suprimes los sentimientos, así dejas de sentirte desplazado, intimidado, nervioso o inseguro. No anhelas. Nada interesa ni importa realmente, para bien y para mal. Y aunque importe, no puedes permitirte el lujo siquiera de confesártelo a ti mismo por si hasta eso te arrebatan.

Cuando consigues amigos, cuando realmente los tienes a pesar de todo, la pesadilla no termina, no se ha solucionado el problema. Eres incapaz de sentirte cómodo en un grupo, ni sientes que puedas pertenecer a uno, no por un tiempo prolongado. Eres incapaz de ser tú mismo cuando estás rodeado de gente, que todos te miren cuando hablas, como si no fuera lo normal, lo correcto, qué locura que la gente te preste atención cuando abres el boquino. Y tú ahí, como un pelele, temiendo estar haciendo el capullo. Y te callas. Así que tienes pocos amigos. A veces, sienta bien. Pero te llega ese murmullo desde lo más profundo de que, en realidad, les caes mal. A todos. Porque eres un borde, un aguafiestas. A veces, confundes la línea que separa la honestidad de la crueldad, careces de sensibilidad, la cagas. A menudo, de hecho. Y piensas que si no estás solo ahora es porque no vas a tardar mucho en estarlo. Otra vez. Pero de verdad. Y tienes un miedo terrible a quedarte solo, a perder la amistad de los tuyos, de los amigos que has conseguido, que te han costado sangre, sudor y lágrimas. Y les pides perdón por cualquier cosa. Cada vez que abres la boca, te disculpas. Por si acaso. 

Y fíjate, yo no veo los superpoderes cósmicos que te otorga haber sufrido acoso por ninguna parte. Pero es que si aun fuera cierto que te hace más fuerte, ¿Qué coño? ¿Tienes que dar las gracias? Me disparas, esquivo la bala y, ¿Te doy las gracias por no matarme? Aunque el acoso te enseñe a ser fuerte, el agresor sigue siendo agresor, que no te está haciendo un favor, que su intención no era hacerte fuerte, sino aprovecharse, demostrarte que si te aísla y te desarma, puede contigo. Porque verdaderamente estás desarmado, te atacan cuando quieren sin que puedas protegerte, y nadie va a hacerlo por ti. Otra cosa es que no le saliese bien la jugada. No es una cuestión de qué es lo que aprende la víctima, sino que el otro sabe que puede machacar y exprimir a alguien para su beneficio.

Así que si eres de esas personas que, ante alguien que esté sufriendo cualquier variante de acoso, siente el deseo irrefrenable de aconsejarle algo tan útil como “ignórales, ya se aburrirán”, te recomiendo que sigas los siguientes pasos:

– Toma aire.

– Tírate por una ventana. Serás de mayor ayuda.

Porque no tienes ni idea. Ni puta idea.

Digo más. Cuando alguien te diga que te quiere, calcula primero la cantidad de grasa que posees, piensa en el beneficio que esa persona puede extraer de ti. Porque hay gente que te dice `Te quiero´ sólo para que su mentira se vea recompensada. Son unos saca mantecas. Pero el mundo es una mera organización de mentiras recompensadas. la efusión de cualquier declaración de amor es proporcional al beneficio. Tras una gran declaración de amor, se esconde una gran estafa. Así que no creas a nadie porque te estarán diciendo sólo lo quieres oír. Y una vez hayan extraído la grasa suficiente, te mandarán a la mierda para no tener que soportar tus lágrimas.

Entonces, resulta perfecta y lógicamente lícito que desprecies. Que veas que la gente suele dividirse a sí misma, como grupo construido socialmente, entre buenos y malos. Tú ya no. Tú los divides entre soportables e insoportables. “Soportar” es un verbo feísimo pero es lo que más se acerca a la realidad. Entonces, te unes a la gente en el desprecio. Porque el desprecio a algo común une mil veces más que el aprecio, se pueden tener grandes amistades basadas en el desprecio sin joderle la vida a nadie. Porque ves que todos, absolutamente todos, se revisten de humildad para ocultar su orgullo y su soberbia. Sin embargo, el odio, el desprecio, la rabia, son sentimientos tan honestos como los animales heridos. Esas cosas se aprenden llorando. El desprecio consigue que la mediocridad jamás llegue en tu auxilio. Porque nadie rechaza el término medio, la falta de exigencia. El desprecio consigue que te desligues de la vida pública con sus reglas de apariencia y fingimiento, de ese buenísmo cutre y cochambroso. Tienes una máscara hecha de cicatrices, ¿Y?

Ahí conoces al monstruo que han hecho de ti. Desde todo esa tormenta-tornado-huracán-tempestad-Maelstorm, sólo puedes ser honesto contigo mismo, y con absoluta sinceridad, puede despreciarte todo el mundo siempre y cuando no te desprecies a ti mismo. Aunque hay días que se lucha porque no queda otra opción.

Cuando crean al monstruo, nadie tiene el valor de afilarle los dientes. Simplemente, no tienes que morderle a todo el mundo, pero espero haberme hecho entender todo lo bien que creo haber podido.

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