Antes de irme a dormir entré al baño a mear y ahí estaba esa cosa rosa, abierta, bordeando la esquina del mueble en el que guardamos las toallas, el maquillaje, el secador. Todo el día escribiendo sobre la absurdísima glorificación que subyace en el relato de lo humano cuando es mentado y ahí estaba yo, meando, tomando conciencia fortísima de la composición cromática de rosas y lilas que abarrotaba la superficie del mueble en el que guardamos las toallas, el maquillaje, el secador.  Ahí estaba yo, con un pijama de persona mayor, meando, mirando  fijamente a esa cosa rosa.

Mentiría si dijese que no llevo un par de días pensando en qué hubiese pasado si yo hubiese tenido al monte en semejantes circunstancias. Quiero decir, mentiría si dijese que todo lo que hago no esta condicionado por lo que hubiese pasado si yo hubiese tenido al monte, pero ahora que parece que el mundo se ha parado y -obviamente- me lo pregunto más. Nos imagino juntas en el salón y hasta me preocupo por ella. Me he acostumbrado a vivir con este delirio interior, con este fantasma.

Ayer tuvimos que bajar a la farmacia corriendo de la hostia, separadas. Fuimos rápido, muy rápido, a la 24h de guardia que está junto al colegio infantil de Pirámides. La calle estaba vacía y S de muy mala hostia. Decía cosas brutísimas, yo me reía. Mientras andábamos no dejaba de pensar en lo mío. En lo difícil que había sido para mí. En lo fácil que parecía para ella. S dijo No tengo absolutamente nada que pensar y me caló muy hondo. Yo aún lo recuerdo cada día.

En el camino de vuelta nos pusieron en el edificio de la seguridad social la cantinela del estado de alarma. Subimos a casa como haciendo footing porque es todo el deporte que haremos en sabe Dios cuánto y porque somos hijas de nuestro tiempo, es decir, irremediablemente imbéciles. S meó en el palito y no tuvimos que pensar en como interrumpir un embarazo en medio de una pandemia global. Cenamos con vino viendo una serie de amor adolescente. Y ella, que habla mucho, hizo que me sobrara tiempo para emborracharme y quedarme tumbada en el suelo helado de su piso.

¿Ser mayor era esto?

Pienso: es probable que lo de la epidemia sea una oportunidad cojonuda para darnos cuenta de algunas cosas, pero somos tan increíblemente necios que, si esto termina en algún momento le pondremos un banderín a este periodo de la historia y nos veneraremos por haber sobrevivido. Y después lo olvidaremos y haremos como si nada. Esto último, además, es muy español. Hay cosas peores que la muerte. Vivir a veces me ha parecido mucho más complicado y doloroso. Dice Sergio Chesán que luchamos, ganemos o perdamos, porque es bonito luchar. Y que a la vida ya venimos perdidos. Y que Sobreviviremos.

Pienso: Antes de que todo esto pasase me prestaste un libro de Mark Strand que se titula La vida Continúa y ahora estoy obsesionada porque tiene muchísimo sentido: La vida continúa. Que mi incertidumbre se haya transformado en un atisbo de oportunidad es triste hasta lo obsceno pero no pasa nada. Las cosas se han parado, el mundo ha cesado y por fin tenemos una excusa para que la vida, pese a todo, continúe.

Lunes. Negativo. Sólo era el segundo día de confinamiento.

No había monte, pero le dábamos la bienvenida a lo humano.

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