Esto significa que, si bien existe, es improbable por su condición de fenómeno.

Es decir: No puedo verificar los enunciados que el otro hace puesto que provienen del contenido de su experiencia sensible, su inteligible privacidad.

Y la experiencia del otro no se puede verificar ni poner en duda, salvo por el verbo encarnado.

Es el lenguaje, esa barrera infranqueable, ese puente entre la empatía y la honestidad. Ese superpoder.

Es, por tanto, evidente que todos vivimos en un solipsismo abrumador.

Pero me gusta pensar que se salva en la comunión de solipsismos, en el mundo común de Marleau Ponty, que nos entendemos cuando encajamos y logramos un espacio que surge entre dos círculos concéntricos.

Aunque siempre puede ser que te encuentres en un probador en el momento en el que escuchas a alguien, dos o tres probadores más allá decir: Es agotador hacerse pasar por persona.

y que te reviente el lenguaje.

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