No sé por qué, hace unas cuantas madrugadas quise hablarle a S sobre mariposas y, entre copa y copa, se me fue la idea por el retrete de la sinapsis. La idea se esfumó entonces pero he estado dándole vueltas desde entonces.

Supongamos que te compras un libro sobre mariposas. Lo más interesante no es todo lo que aprendes sobre esos bichitos con dos pares de alas membranosas recubiertas de escamas coloreadas que utilizan en la termoregulación, el cortejo y la señalización. No. Lo más brutal de un libro de mariposas es lo que hay detrás. Que abres el libro y, al principio, no te das cuenta. Luego ya lo piensas un poco y es acojonante.

Es como si ese libro representase la obsesión de cuarenta años de un pobre desgraciado al que le vuelven loco las mariposas. Sólo piensa en mariposas. De día y de noche. El cabrón es un Marmeladov de los lepidópteros. Y resulta que, después de media docena de arrestos, tres infartos, un atropello, dos ex- mujeres y millones de madrugones de esos que te ponen de mala hostia cada vez que alguien te da los buenos días, pues va el tipo y te suelta un tocho de mil páginas sobre mariposas. Y luego, se muere. O lo que sea. Pero ahí lo llevas. Mil páginas llenas de bichos con alas de colores.

Pues mira por dónde, el mundo va de puta madre por tipos como este. Pero de puta madre, eh. Uno se los queda mirando boquiabierto o bizquea de incredulidad cuando salen en el telediario o en el periódico local. Y siente una envidia malsana hasta decir basta.

Malsana, porque yo cambio de obsesión como me cambio de calcetines a lo largo de la semana. Y claro, si tus monomanías duran tan poco, te conviertes en una de esas personas que sólo siente que su vida está firmemente encauzada cuando decide comprar el paquete de veinticuatro rollos de papel higiénico en lugar del de doce en el supermercado.

Supongo que a eso se refería Sartre cuando decía que el hombre es una pasión inútil. Sólo que, en este caso, eres consciente de tu inutilidad cuando te quedas parado, al más puro estilo Hamlet, con un paquete de papel culero en las manos como si fuese el cráneo de Yorick.

A lo mejor, esa falta de objetivos vitales duraderos me tiene dando bandazos de un lado a otro. Lo que pasa es que con el papel higiénico todo se soluciona antes.

Conclusión: en mitad de mi clarividencia etílica, supe que me hubiera gustado tener la pasión de entomólogo, que es más fácil cazar bichos en una red que alcanzar objetivos vitales o siquiera tenerlos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *