¿Cuántos días llevamos sin hablar? De pronto siento algo que jamás sentí. Entre tú y yo hay distancia. Una distancia kilométrica. Es domingo, estoy confesa. Hoy te escribo porque tras un café, tres vinos y una sesión de cuidados en el club de debate, he entendido a quién van dirigidas todas las cartas. A ti. En realidad, a la ausencia de ti.
Tres cartas y tres vinos. Eso es lo que me ha hecho falta para comprender que no estás. Que estás lejos.
Te escribo porque no puedo hablar y lo necesito. Te escribo porque eres en quien deseo desplomarme. Te escribo porque no dejo de sentir que estamos tan lejos el uno del otro. Qué pena tan grande.
Siento el vacío. Ahora soy eso: un vientre vacío. Una escritora de cartas que leerán todos excepto tú. Ahora lo sé. Y por eso te escribo.
Aunque soy consciente del silencio que rodea todo lo que duele demasiado, desde hace casi tres años hablo de mi dolor más allá de las pantallas, y por si no te habías percatado, ahora cuento los meses, los años, los días. Pienso mucho en el tiempo que pasa. ¿Cuánto tiempo tendría?
He estado pensando que si el trap es la metamúsica de la crisis en nuestro país entonces el sonido acelerado de mis dedos machacando el teclado de este ordenador es la metamúsica de casi todo lo que siento.
Si le doy palabra a mi dolor, si le doy un cuerpo. ¿Crees que podrá conmigo? Yo a veces lo creo de veras.
Hoy quería pedirte perdón por no ser capaz de llamar a todas las cosas por su nombre. Perdón por no ser capaz de darle un cuerpo para que viva a todo lo que sucedió. Perdón por el silencio, y esta retórica infinita que se sabe confesa y no es capaz de pronunciar las palabras adecuadas. Perdón por mi inutilidad. Perdón por mi miedo.
Perdón por querer que lo entiendas sin que haga falta decirlo.