Hace poco, en el feed de stories de Instagram pude ver un meme que decía: Tráigame algo que nunca haya probado; y un camarero decía: Tome, una identidad estable. Al mismo tiempo que, justo debajo, aparecía el clip de windows diciendo:

Les vengo a explicar este meme: La modernidad líquida nos ofrece una amplia variedad de narrativas y estéticas. En nuestra búsqueda de la validación social, tratamos de adoptar dichas identidades como propias, reciclando sus patrones y reproduciendo sus prácticas. Al agotarse la tendencia, transformamos nuestras prácticas sociales y, por ende, nuestra identidad. Es decir, nuestra única y verdadera identidad es la de consumidor.

Bueno, veréis: No estoy de acuerdo.

Sorpresón, ¿eh?

Me parece falaz achacar la fenomenología de la imitación a la modernidad.

Sin necesidad de echar mano a la teoría platónica de la cognición (porque todos odiamos a Platón), todos los procesos lingüísticos del cerebro humano se basan en la codificación y recodificación vía metáfora y metonimia y en disyunciones basales.

Partiendo de la base de que la transmisión de items culturales (lingüísticos) a través de esos procesos, que viene a ser la dinámica misma de lo social, siempre ha estado necesariamente condicionada por el medio y el equilibrio correlativo de las capacidades de los sujetos.

Antes de la escritura, la transmisión estaba atravesada por la memoria y la interacción de comunidades pequeñas.

Después, por la capacidad de lectura, por la interacción transcultural.

Siempre y hasta hoy, también por items de cohesión como liturgias (de fe, que suele provenir de la memoria), celebraciones (como el circo, que viene de las liturgias) o arte común (que suele venir de ambas).

El factor determinante hoy es la transmisión de medio a uno hiperveloz, efímero y de proyección con potenciales globales.

Al igual que cuando se inventó la estructura y la posibilidad de una emisión exacta proyectándose con independencia del tiempo de emisión, revolucionó civilizaciones. La era digital cambia el paradigma de interacción.

Pero la aserción de que la tensión entre identidad e integración es nueva ya es irse a la mierda. Porque la liquidez moderna es eso: irse a la mierda pero sin frenos.

Y, al igual que los hubo que dijeron que la escritura era herejía pura, el paso lo marcan los nostálgicos. Para no variar.

La identidad, racional- lingüística, tal y como la conocemos, es un subproducto de la evolución de procesos adaptativos que garantizan nuestra supervivencia colectiva, vía división del trabajo y transmisión de conocimientos sobre el medio.

Empezamos a hablar para relacionarnos. O sea, como cualquier otro ser vivo con lenguajes basados en códigos de items físicos (sonidos, gestos, …)

Por su parte, el diálogo es necesariamente anterior al monólogo y la cohesión es un factor primordial aunque nos encanten los discursos de negación, que no dejan de ser renovaciones y recodificaciones de items en sí mismos.

En otras palabras: La identidad y la autoconciencia son un accidente evolutivo de nuestro modo de comunicación.

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