La obra abre con Makoto, que significa «Verdad» y eso, aunque de primeras no sea importante, se enhebra con la trama del manga. No sólo porque hace un pacto con el demonio al que de casualidad ha conseguido invocar, sino también por querer hacer con este demonio todo lo que su mente perversa maquinaba durante una adolescencia particularmente dura a un precio bastante alto. Con este demonio, al que conoce como J, genera un vínculo más profundo que el contrato que ha firmado. Un ente del que se prende por ser alguien que ve el valor intrínseco de Makoto y lo fuerza a superarse constantemente, a veces de formas un tanto inhumanas.

Partimos de las primeras imágenes del primer tomo siendo absolutamente esclarecedoras. Makoto tiene inquietudes y preguntas que no puede responder sin matar. No quiere llegar a ese punto. Pero lo necesita. Necesita saber a qué sabe la carne. Mejor aún si es la carne de un demonio a sabiendas de que no va a morir. Makoto vende su alma sin mácula de resignación cuando, además de cumplir sus deseos, J le muestra todo lo que no puede hacer con un humano, la infinitud de posibilidades que da el cuerpo de un demonio para corresponder a los kinks para los que la mortalidad no es el límite. Y, sinceramente, como fanática feroz de Hannibal, a mi esto me tiene seducida. La sexualidad de la muerte, el conflicto de las pulsiones. Sólo que en Madk se establece la ausencia de ética desde el principio, aquí se juega a otro juego, no hay conflicto. No en eso, al menos. La dominación y la sumisión no son tanto dinámicas sexuales (que lo son) sino una comprensión de este mundo. Incluso a nivel hermenéutico (lo cual me fascina).

 

Pero este es el mundo de los demonios, y aquí se sobrevive haciéndose un nombre, y sabes que lo has conseguido cuando nadie es capaz de pronunciar el mismo. No hay lugar para la misericordia y los gestos de cariño brillan por su ausencia. Un mundo de salvajismo donde impera la ley del más fuerte y la ambición desmedida. Esta última facultad es la que hará a nuestro protagonista abrirse paso a través de esta sociedad intensamente perversa. Pues Makoto hará lo imposible por hacer que J lo reconozca, llegar a dominar a quien claramente es un ser superior que lo sobrepasa en todos los aspectos.

Makoto quiere destruirlo, pero también ser percibido. Y no tarda en llegar a la conclusión de que la mejor manera de destruir a J es conseguir que lo ame. 

Desde la posición hasta la palabra, fuerza y formas, y hasta en su relación “romántica” siempre es J quien lleva la voz cantante. «Sus palabras me fascinaron. Las manipulaba con tal maestría que podía convencer a cualquiera de que hablaba de lo contrario de lo que decía.» Todo en J me recordaba a una de las entradas que publiqué en este blog, la retórica del mal. Y me resultó fascinante verlo replicado y saber que, si hubiera conocido Madk antes, le hubiera dedicado las páginas y las palabras adecuadas. 

El desarrollo no aburre en ninguna de sus tres partes, que además han sabido disponer en los tres tomos de forma maravillosa. El primero, con la caída al mundo de los demonios y trabajo en el burdel de demonios donde se hace más hincapié en la relación entre estos, cómo funcionan las reglas, tanto las escritas como las que no, y los peligros a los que todos allí se enfrentan. El segundo, donde tenemos una investigación detectivesca por el pasado de J aprovechando todo el trasfondo social que conocimos en el primer tomo. Y por último, el gran finalle, donde la trama para derrocar a J que nos avanzaban en las primeras páginas, se lleva a cabo a fuego lento hasta que te revienta en la cara.

El dibujo de MADK es una delicia en muchos aspectos. La ambientación, la vestimenta, las expresiones (en especial las de J que le han metido dos puntos extras a ser más cartoon que los demás en según que ocasión), la variedad de personajes y lo bien caracterizados que los encontramos. Desde los ojos negros penetrantes de Makoto, las expresiones y protocolo de J, el espectáculo que es Fjord en todas sus escenas (por la forma de la boca pensaba que era un calamar con plumas por pelo, pero por lo visto está ambientado en una lechuga romana, quién lo diría) y la de secundarios entrañables que nos encontramos como Datensho, Kieran o Shax, Abel y Caín, o el resto de demonios que apenas se presentan, son todo una delicia. Algo parecido a lo que hacía Nagabe con su El Jefe es una onee con sus animales antropomórficos y psique centrada en el eros.

Tenemos un aprendiz de demonio bajo la depravación de la carne, es verdad, pero atrapa el humor que se filtra por las páginas, esa sensación de ser nuevo en un mundo que fascina y asusta a partes iguales, y un dibujo que mezcla fantasía con época barroca que se me han embelesado de la misma forma que la historia y el fondo que tan pegada me ha tenido a sus páginas. No ha sido sólo el morbo, que por supuesto está ahí. Sino el poder de la palabra. 

Porque da igual el libro sagrado que decidas abrir, da igual la mitología a la que te acerques. Todos los relatos que hablan del inicio del mundo tienen una cosa en común: el principio fue verbo. Lo que no se nombra, no existe. Y claramente, no es aleatorio que de J sólo sepamos su inicial. Y es fascinante cómo todo cobra sentido y fuerza. 

«Aunque a los demonios de rango superior sólo se les pueda llamar por su inicial, cuando su nombre se olvida, desaparecen. Son dos conceptos contradictorios, pero en esencia nacen de la necesidad de los demonios de ser alguien para seguir vivos. Por eso pasé tanto tiempo buscando la forma de J, traté de descubrir su pasado, intenté que me amara, pero no encontré nada. Porque en su momento, J eligió ser nadie. Porque cuando eres nadie, puedes ser quien quieras. Y esa era la esencia de su poder. Pero ahora yo le estoy dando forma y ahí es cuando se establece un vínculo entre el nombre y quien te llama. Si alguien puede llamarte por tu nombre, te está dando una forma determinada. Y las cosas que tienen forma, pueden romperse. Que te llamen por tu nombre es una forma de controlarte. Por ese motivo, para los demonios, arriesgarse a que alguien los llame por su nombre y les dé forma, es una apuesta. Se hacen más poderosos para que nadie pueda pronunciarlo y eso equivale a perderse a sí mismos con el paso del tiempo. Porque antes de que todos te olviden, lo normal es que te olvides a ti mismo y dejes de saber quién eres». 

Es imposible Pensar en lo que no se puede Decir. Y el lenguaje se convierte en el mayor impedimento para decir lo indecible, el estado mental de lo intraducible. Pero también es lo único que nos permite un atisbo de luz entre lo indecible y el mundo.

La belleza de las cosas que resulta de intentar decir lo indecible, de intentar comunicar desesperadamente aquello que se aleja indiscutiblemente de los márgenes lógicos en los que el lenguaje instala su «comunicación efectiva». Y Madk conoce los límites de todo, los nombra y los desborda. Ryo Suzuki ha hecho un trabajo increíble.

Si tengo que decir algo malo de la trilogía es que J daba para mucho más que para el típico dom con dos estados de ánimos. Y que por lo general el dibujo es muy detallado y vistoso, con cambios de trazo por doquier, ¡menos cuando empiezan las escenas erótico-festivas, que ahí se agolpan y superponen las figuras y reducen el trazo a lo más fino y sugerente! Si de verdad no estábamos engañando a nadie con la intención de mostrarlo todo, ¿por qué escondernos con el tema sexual? ¿A santo de qué viene a estas alturas la cobardía, cuando no hay amago alguno de decoro en esconder cuestiones mucho más escabrosas? 

Sinceramente, es lo único que puedo decir en contra. Como le pasa a Makoto, caí rendida en el primer capítulo. Un MAD Kink, perversión (o fetiche, según se traduzca) de locura. Atractiva y fresca, perversa y mágica. MADK sabe dar acción y suspense, jugar con las palabras y los gestos, con las acciones y los sosiegos. Me gustaría saber si es una serie para pervertidos porque si es por el tema de devorar la carne ajena, es algo que no nos molesta, y vemos todo lo que nos ofrece además bajo esa piel de desenfreno y lujuria.

Claro que a los que les guste el hentai desune de aquí eso es algo que nos gusta y suma a la trama interesante que nos trae. MADK tiene eso, una historia interesante y unos personajes variados y endemoniadamente humanos. Que luego se arranquen la cabeza (o las cabezas) y se arrastren por perversiones que sobrepasan la línea kink por mucho, es sólo es el bombón encima de la tarta, que aún siendo un bombón hay a quien no les gusta (que sea un BL con su trama homo-erótico-festiva le va tirar para atrás al público que más recela de este género pero sólo salen nueve pitos y cuatro los tiene el mismo personaje secundario).

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