Os voy a contar cuatro contradicciones que me atenazan sin relación aparente:
- Casi todo lo que me interesa/fascina está muerto o no tiene vida -son dos cosas diferentes- pero la muerte me produce tremenda ansiedad.
- He llegado a apreciar las pasas en las ensaladas y me duele un poco porque considero que el rechazo a las pasas es una de mis posturas más inteligentes -no he tenido muchas-.
- Ser corpórea me da POR SACO pero luego bien que me gustan los placeres terrenales -aunque también pueda pasarme días enteros sin cumplir ninguna de mis funciones vitales-.
- Una parte de mí se muere de hambre. Hambre de piel, hambre de contacto, hambre de una conexión directa, sensible, emocional y física con otra persona. Estoy famélica. Pero otra parte de mí ni siquiera se atreve a contemplarlo. Colapsa ante la sola idea de planteárselo.
Quiero sentirme en casa, ahí donde no se caigan las paredes a gritos y se cierre todo de un portazo. Abrazar. Proteger. Cuidar. Seguir adelante sin buscar el cuchillo debajo de la almohada. Quiero ir al cine. Quiero sacar tazas limpias del lavavajillas, ponerlas en el armario, en casa. Y, al día siguiente, quiero ver a esa persona que tanto quiera, beber en ellas. Quiero hacer que se sienta bien. Quiero que quiera lo mismo para mí. Que me dé un orgasmo una vez. Y otra vez.
Al mismo tiempo que sólo quiero llorar. Todo el rato.
Porque mi supervivencia está en no conocer esa sencillez nunca y es aterrador. Necesito sentirme segura, no arriesgarme a que me vuelvan a hacer tanto daño como para acabar en el hospital, como la última vez.
Es aterrador hacerse a la idea de vivir y morir sola a fuerza de arañar la pared.