Ayer mismo recordaba, sin venir a cuento de nada, La Casa de la Fuerza, de Angélica Liddel, mi escritora de cabecera y la que me ha enseñado, a gritos y a hostias, que perder la cabeza es inherente a la existencia misma si eres un poco sensible. Que lo más importante de estar triste es no hacer daño a nadie más. Ella y su conciencia, marcando la mía: Sé exactamente lo que me pasa y, sinceramente, estaría genial que sirviera de algo.

No puedo evitar pensar que hay un mensaje escondido en todo lo que pasa. Últimamente las cosas vuelven a su sitio, también yo. Quiero decir:
Una de las desventajas de ser una intensa de mierda y de vivir la vida en un sentido propio y relatado es básicamente todo: destruyo y construyo por donde paso. Todo son procesos que, para bien o para mal, necesito materializar.

Una de las ventajas es que siempre tengo sobre qué escribir. Porque las cosas que pasan, se levantan y se explican solas, y se revela todo como lo que es: Insoportable dolor de estar viva y profundo amor hacia lo mejor que he conseguido que viva en mí sin morirse, mi capacidad para la ternura. Que me he mirado en el espejo y me he visto las arrugas de todas las veces que me has hecho sonreír.

Quería empezar esta carta pidiéndote perdón por la inestabilidad y esta manía que tengo de anclarme, desde hace meses, a querer morirme sin remedio. Tú te mereces a alguien que desee vivir en La Casa de la Fuerza cada día. Te arrastro conmigo a lo oscuro y lo siento. Quería pedirte perdón y darte las gracias por vivir a mi lado incluso cuando yo no he querido estar viva. Tú entiendes mejor que nadie que amar no es pedir y quería darte las gracias por ello.

Se acaba el verano. No llevamos ni un día de otoño y ya me he cogido un catarro de esos que hacen que te olvides de cómo se respira. Para mí, ya estamos en invierno por todo eso del cambio climático. Hace frío. Madrid siempre encuentra una forma de ser frío. Estoy convencida de que el otoño ya no existe y me da pena. Es mi estación favorita, pero creo que no existe. No lo sé. No me sabe a nada la comida, el cuarto está lleno de ibuprofenos y pañuelos de sonarse la nariz.

Se acaba el verano y desde hace dos años ya, significa que he vuelto a la ciudad que me hospeda. Es un poco raro, pero a veces me hace feliz. Empieza el otoño y a mí me encanta el otoño. Y eso que tú sientes el frío hasta en los huesos. Como si tuvieras el caer de las hojas en las tripas y el viento en la sangre. Es un poco raro, pero a veces me hace feliz pensar que lo mejor que un forense encontraría en mí, es tu piel bajo mis uñas. Porque eres lo más bonito que tengo justo después de notar en el aire cómo cambian las estaciones.

Supongo que eso no dice mucho de mí, ¿no? Es como decir:

«Cariño, te quiero más que a mi vida. Aunque he de decirte que yo a mi vida la quiero bastante poco, no nos vengamos muy arriba.»

O:

«En la escala de cosas que quiero, estás después del hummus y Mad Max Fury Road, pero antes que la serie de Gárgolas».

No, sin duda no dice mucho de mí. Creo que dice mucho más de ti, aunque aun no soy capaz de dilucidar cuánto. Sólo sé que, habiendo conocido la vida contigo, el resto de posibilidades me sobran.

No dejo de preguntarme cómo recordaremos este año cuando todo se acabe. Ha sido el verano menos luminoso de mi vida pero no el más oscuro, gracias a ti. Y es un agradecimiento sincero, no una responsabilidad por tu parte. He llegado a pensar en irme a otro planeta para dejar atrás este dolor, pero te quiero y por eso lo estoy enfrentando. Quiero que estés orgullosa de quererme porque yo estoy orgullosa de que tú me quieras. Es así. Por una vez, tiene cierta sencillez.

Quería pedirte perdón por no ser La Casa de la Fuerza, a veces estoy tan cansada que sólo quiero morirme y lo siento.  Lo siento cien veces por todo.

Agosto ha sido el mes definitivo: Desaparecer y Reventar. ¿Crees que recuperaré el control de mi cabeza? Ahora lo deseo. Echo de menos sentir que absolutamente todas las cosas han vuelto a su sitio.

Si tú te vas
Yo me voy aún más lejos
Que me apuñalo para entenderlo
Y tú golpeas las paredes para entenderme

En septiembre dejo el orfidal
En septiembre dejo el orfidal
En
septiembre dejo el orfidal

La enajenación mental definitiva es purgarse
Purgarse y en silencio

Que no sé si no quiero

o si lo que quiero es no sentir ninguna otra cosa.

Llevo meses escribiendo desde algún punto entre la nuca y el cuerpo vacío, como ves, renegando de absolutamente todo incluso de estar viva. He encontrado un lugar desde el que empezar a trabajar. Justo detrás de la frente. Ya he leído todos los libros y estudios que he encontrado sobre mis síntomas, mi posible trastorno y las consecuencias de mis hábitos.

Nada me convence, sigo sin querer psicólogos. Duele muchísimo, pero está bien.

Prefiero antes no confirmar mis daños que el deseo de camuflarme, dejar de ser paciente para calzarme una bata blanca y escuchar cómo cientos de desconocidos describen su dolor como el mío.

He encontrado un espacio físico en mi interior desde el que empezar a trabajar y ahora veo las cosas más claras, he encontrado el camino de retorno. Al menos, por ahora, y eso es más de lo que tenía antes. Estoy en un proceso de reconciliación y de cambio, ahora lo entiendo. Todo ha vuelto a cobrar sentido y está bien. Poco a poco. O eso creo. Que es más de lo que tenía antes, también. He querido ir muy rápido porque siento que no tengo mucho tiempo. Pero procuraré ir más despacio, porque he aprendido que a la más mínima muestra de alivio, el infierno da un paso.

Quizás algún día podamos dejar unas flores en el monte y volver a pensar en casa sin pensar en la muerte, volver a dar largos, larguísimos paseos por el cementerio hablando, tranquilitas, de la vida que tenemos por delante, de las cosas más banales, poder permitirnos ir de la mano contándonos cosas que nos han pasado o hemos pensado como si nos estuviéramos poniendo al día de los años que no pudimos compartir antes. El núcleo de esta carta sólo soy yo pidiéndote perdón y diciéndote lo mucho que deseo seguir viviendo cada día para poder verte.

Y que lo siento por todo cien veces.

Hace mucho que doy por hecho que hay cosas que son imposibles. Por ejemplo:
No morirme un día
Demostrar la existencia de Dios
Recuperar el equilibrio emocional sin sucumbir al felicismo capitalista y acabar vacía por dentro y por fuera (si te digo lo que llevo gastado entre Aliexpress y movidas varias me das veinte collejas seguidas. De hecho, me las hubieras dado).

Es más. Me ofende profundamente que no se especifique qué es la felicidad cuando se habla de éxito. Porque para mi, el único objetivo que sí guarda relación con el éxito es la tranquilidad.
Ser feliz es enfermizo.
La felicidad me tira pa´trás que flipas. A mí lo que me interesa es aprender a convivir con el horror que tengo dentro y a ver si es posible sacar alguna lección. Así, como movida general que decir sobre vivir.

Otra cosa ya es que haya marcado como objetivo llegar a una casa que pueda llamar hogar, a veinte minutos de tu puerta, en la que no haya gritos, ni portazos, ni paredes que se caigan del susto. Que existas cerca. Encontrar refugio. Compartir. Encontrar lo chill contigo. Sentir de forma tangible la red de seguridad que llevamos años tejiendo cada día, sin prisa, sin pausa y sin condiciones. Que nunca quisimos salvarnos, sino estar juntitas en el infierno.

Ojalá no se me olvide nunca que quiero vivir contigo todas las etapas de todas las cosas que nos gustan. Incluso si eso significa que sólo quedemos tú y yo en la puta cola de las palomitas y el resto mirando cómo nos reímos hablando de cosas que sólo entendamos nosotras. Que el mundo va sin cabeza y sin corazón desde que te conozco y he sabido que «querer/amar» no es sólo «necesitar». También «cuidar como si no sintieras las manos llenas de quemaduras».

La Casa de la Fuerza tiene una canción que es un díptico de sí misma, Anfaegtelse, – es una palabra danesa para describir la angustia que produce ahogarse, me parece preciosa porque la primera vez que la dije en voz alta me atraganté y fue la primera vez, también, que fui consciente de mi garganta sin que hubiera una enfermedad que me atorase la respiración-. Quería terminar la carta de septiembre con el principio y el final de Anfaegtelse.

«Oye, tráete algo de playa. Al menos un ahogado. Para nuestro amor.
[Ensayo general de la ejecución de tal, a las tal y media].
Espero que hoy todo salga bien. Ya sé que no te gustan los ensayos. Es como ensayar una pena de muerte… ¿no?»

«Supongo que lo que pasa es que tengo miedo, pero todo esto va a funcionar.
Mil millones de besos».

Te echo tanto, tanto, tantísimo, pero tanto, de menos.

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