>>“¿Podéis dejar de decir “Orgullo GAY”? No es sólo de gays, ni para los gays, ni lo empezaron los gays, ni nada por el estilo. Es que me enerváis. Por favor. Si no queréis decir LGBT, decid sólo “Orgullo” porque con “Orgullo gay” invisibilizáis a un montón de gente”<< Decía un tuit.

A lo que alguien contestaba: “Sí que lo empezamos los gays porque somos la facción más discriminada de todas. Los bisexuales son mitad hetero, pueden tener una vida corriente y ser felices. Las lesbianas dan morbo a los hombres hetero. Y los trans son vistos como entretenimiento nocturno”.

A lo que yo digo: Ya hay que ser valiente para soltar tamaña gilipollez. Sin clases de historia del movimiento LGBT, ni carreras de privilegios.

“Pueden tener una vida corriente y ser felices”. Y que eso nos destroce la salud mental, la autoestima y la capacidad para relacionarnos. Pero oye “somos medio hetero”.

Sentir que nadie te va a querer completamente porque nadie te conoce es super guay, sí. Para la salud mental y la gestión emocional va de lujo.

Que toda la norma te empuje a comportarte como si fueras hetero y al final casi olvides que no lo eres, es estupendo.

Pasarte toda la vida “armarizada” porque no te tomas en serio tu identidad ni para pronunciarte en voz alta. Y un buen día te despiertas y te das cuenta de que estás viviendo una vida que no es la tuya, sino la que se espera de ti. Pero no tienes el impulso ni la comunidad suficiente para romper esa inercia.

Y, de repente, estás sola.  Tu familia no te conoce. Tu pareja cree que te conoce pero tu bisexualidad es un detalle, una anécdota o un fetiche.

Y la heteronorma pesa. El monosexismo pesa. Las tías te rechazan como pareja sexual porque eres bi y eso lleva consigo un “Y si me dejas por un tío”. Los tíos sólo piensan en echarte a follar con otra mujer para cumplir su fantasía.

Nadie te toma en serio como persona completa y válida por sí misma.

Y no tienes a dónde ir. No eres lo suficiente bisexual para ir a una asociación LGBT. No hay comunidades bisexuales, no hay puntos comunes. No hay genealogía ni referencias. En la tele, quien es bisexual es mala persona o, en realidad, era homo/hetero.

Así que te convences de que eso de que te gusten las mujeres es un hobby, un detalle, una parte de ti que no es identitaria. Una anécdota. Un fetiche.

No tengo recuerdo de referentes bisexuales en mi entorno hasta hace un par de años. No es que fueran pocos, tuviera que aprenderlo a escondidas o consiguiera copias grabadas de la tele de una amiga. Es que no había nada. Nada. No había ni un solo referente, por retorcido que fuera, que me ayudara a normalizar mi atracción hacia las mujeres. No había nada. Nadie. Nunca.

Y claro, luego, cuando lo reconoces, no sabes usarlo. No sabes relacionarte. Reproduces comportamientos heteros porque es lo único que has vivido y porque la norma siempre tira fuerte. Al final, la única manera de expresar la bisexualidad que te queda es dejar que te fetichicen.

No existe una ruptura, como en las personas homo, que pueden marcar una línea en la que dijeron “hasta aquí”, fuera tarde o temprano. Porque en la bisexualidad no hay renuncia, no hay nada que romper, joder, también forma parte de ti.

Entonces empiezas a vivir en el limbo. Eres consciente de tu “secreto” sin manifestar durante años, o décadas, y ya no te lo puedes quitar de encima. Es como tener un fantasma en la oreja que te recuerda que no perteneces a este mundo, da igual dónde te posiciones.

La norma tira de ti pero sabes que ahí nadie te quiere en realidad, nadie te conoce, nadie te ve. Solo ven el papel que llevas interpretando tanto tiempo y que te has creído que eres tú. Pero no lo eres.

Y no te atrevas a cruzar al margen. Allí no hay nadie esperándote, nadie que te acoja, nadie que te invite a pasar, te invite a un té y te diga que te entiende. No sabes si te aceptarán pero temes que no porque eres demasiado hetero. O lo suficientemente hetero. Lo suficientemente “normal” como para pertenecer a ese lado del muro.

No hay genealogía, no hay referentes, no hay puntos comunes para la gente bi. No hay nada en torno a lo que unirse. No tienes un solo espacio seguro al que acudir en el que alguien te explique todo eso. No hay asociaciones bi, bares bi, foros bi. Hay un vacío inmenso.

Incluso ahora que internet me ha permitido conocer a un buen puñado de gente que es bisexual, incluso ahí siento vacío. Porque nuestra construcción como colectivo se basa en likes, mensajes privados diciéndote “te entiendo” y cruces de miradas cómplices y compasivas.

Hasta este año, 2018, no he visto cuentas en tuiter dedicadas a esto, artículos inclusivos, gente hablando abiertamente de la bisexualidad y lo que conlleva. Ni siquiera yo me he atrevido a dar la anual tabarra durante el mes del orgullo.

Porque para qué. Porque total. Porque no es para tanto. Porque no quieres que nadie se piense que estás echando mierda sobre otros colectivos y personas LGBT. Y al final te callas por no molestar, por no llamar la atención de mala manera. Porque llevas toda la vida siendo invisible y estás acostumbrada.

Y tan invisible.

Te pones a repasar referentes L y G, de la cultura pop mismamente, y en cuanto rascas un poco ves la cantidad de ellos que en realidad eran B pero el monosexismo les hizo decantarse por un lado u otro, porque es impensable que alguien pueda ser DE VERDAD bisexual.

Y eso es desolador, nos lo han robado. Nos han hecho creer que estábamos solos pero sólo nos estaban tapando sus propias vergüenzas. No os podéis ni imaginar lo muchísimo que duele esto. Es que no podéis.

Así que cuando leo que el monosexismo es mentira, que le podéis restar importancia, que podéis burlaros o indignaros porque “lo vuestro es peor”, entended que debéis daros un puntito en la boca. No nos quedan energías para esta batalla. Y no estamos para echar mierda sobre las personas L, G y T. No quiero herir a nadie.

Y sé que es un tema delicado. Pero esto no es una competición de opresiones.

La homofobia, la lesbofobia y el monosexismo son compatibles en un mismo sistema, funcionan de distinta manera y no son unidireccionales ni exclusivos. 

Las consecuencias siguen estando ahí. Las mayores tasas de depresión, suicidio, ansiedad, bullying, consumo de drogas y rechazo familiar en lo que se refiere a alguien del colectivo LGB siguen residiendo sobre la B. Y como no nos sentimos legitimados, no pedimos ayuda. Porque tenemos el maldito privilegio de que la sociedad nos lea como “mitad hetero” y eso le quita peso a tu lucha por ser de verdad.

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